Vivimos en una sociedad en la que nos quedamos constantemente en la superficie, en el caparazón en lo visible a los ojos, en lo palpable a las manos.
Escucho a diario conversaciones de parque o de salida de colegio hablando de las dificultades de la maternidad, de lo duro que es que tu hijo no duerma, que pegue a este u otro niño en el colegio, de los malabarismos para llevar las tareas del hogar criar y trabajar, de esto y de lo otro de acá y de allá, pero pocas veces escucho conversaciones de verdad, a corazón abierto de que nos pasa cuando nos convertimos en padres, ni siquiera en mi círculo cercano de amistades.
No sé si es porque no lo saben, porque no lo ven o porque no lo quieren ver ¡o quien sabe porque! pero yo siento la necesidad de compartir hoy en este post mi experiencia, lo que me ha ido sucediendo a lo largo de estos cuatro años (incluyendo el embarazo) y como me he ido transformando por si a alguien pudiese acompañar en su camino. Intentaré escribir lo que a mi me hubiese gustado leer en mis momentos de oscuridad y quizás no supe encontrar y sobre todo abriré mi corazón para mi, para ser más y parecer menos.
Nacemos, crecemos vamos llenando la mochila de todo lo que podemos, de aprendizajes de experiencias, sin saber para que nos servirán, estudiamos, nos formamos, nos relacionamos, salimos entramos y en un momento llega la primera gran prueba de autonomía como el pájaro al que empujan del árbol la primera vez.
Casi siempre suele ser salir del hogar, empezar a vivir sólos o compartiendo piso o residencia estudiantil, luego llega el acceso al mercado laboral, a veces la muerte de alguno de nuestros progenitores adelanta esto y tenemos que empezar a valerlos en el mundo por nosotros mismos mucho antes de lo que pensabamos.
Algunos vamos posponiendo este momento como podemos (porque en el fondo sabemos que tenemos carencias) pero nos ponemos el traje de “valor y al toro” y creemos en el mundo por montera. Pero la vida siempre te espera a la vuelta de la esquina, siempre tiene un recordatorio de tus tareas pendientes, de tus límites no superados.
Yo me dí cuenta por primera vez cuando empecé mi primera relación estable. Esa niña asustada no quería un compañero de viaje quería un padre protector que la cuidase y guiase por la vida. Por supuesto huí despavorida cuando me dí cuenta que no iba a ser provista de mis necesidades y me iba a tocar solucionármelas yo solita. Fue fácil utilizar el recurso “no es el hombre de mi vida” pero la existencia es más lista que yo y decidió que en la segunda ocasión me mandaría un ser idéntico para que me encontrase con lo mismo ¡habrase visto desfachatez semejante oye!
Me di cuenta si, si que me di cuenta ¡qué rabia, que asco no poder escapar de mi!. Decidí quedarme y sigo quedándome al lado del que ya sí, siento mi compañero de vida aunque a veces vuelva al mismo mecanismo de pedir y exijir que me resuelvan.
Hemos pasado en estos casi 17 años juntos carros y carretas, crisis, distanciamientos, discusiones, lunas de miel, risas y complicidades y no ha sido fácil siempre crecer juntos pero merece muy mucho la pena.
Nuestros procesos son muy parecidos y es muy duro a veces mirar al otro y ver que esta igual que tú. Que se queja, se justifica, dramatiza y huye de la misma forma que tú porque tiene terror a mirar dentro y descubrir que ese personaje se está cayendo y quien queda es tan sólo su ser, lo que es, con todo lo que ello conlleva.
Tener a nuestro hijo nos ha hecho darnos cuenta de lo que tenemos para ofrecerle y ofrecernos, de los recursos con los que contamos y las carencias que arrastramos. No hay prorrogas, un hijo es aquí y ahora, su demanda o se satisface o no pero la necesidad de hoy es distinta de la de mañana. Un hijo te conecta a lo que no recibiste y necesitaste, su necesidad de contacto, de valoración, de mirada, de escucha es el espejo en el que te miras y te ves a ti mismo, y duele mucho a veces ver el desamparo que vivimos, lo que nos falto y lo asustados que nos sentimos porque no sabemos de donde sacarlo para ofrecérselo y a la vez ofrecérnoslo.
Para mi ser madre ha sido tomar consciencia de una forma más profunda de mis miedos a la soledad, al abandono, de mis creencias en ser incapaz de sostenerme y contenerme a mi misma.
Ser madre me ha hecho sentir tan vulnerable que he temblado sólo de pensar en coger el coche y salir al mundo. Esta siendo una gran oportunidad para conocerme, para saber quien en verdad soy, para dejar de mentirme a mi misma ocultando mis límites y también para reconocerme mis valores. Para decidir si quiero empezar a nutrirme a mi misma y a nuestro hijo. Para dejar de ponerme excusas, para dejar de pedir fuera lo que ya nadie puede darme, mi felicidad, mi autonomía.
En definitiva ser madre para mi está suponiendo abrirme a la vida y abrirme a sentir la belleza pero también el miedo a la soledad inherente al ser humano y a la existencia y es que en este mundo estamos sólos y morimos sólos, nadie puede respirar por nosotros, nadie puede vivir por nosotros.
La dificultad más grande que ha supuesto para mi convertirme en madre ha sido la responsabilidad de aceptar plena y conscientemente mi vida, con todo lo que hay en ella.
Las noches de insomnio, la conciliación, las dudas sobre que darle de merendar o cuando está preparado para dormir en su habitación sólo han sido la punta del iceberg de la oportunidad que se escondía en el fondo