Esta última etapa está siendo un proceso muy intenso para mí. De dormir mal, de sueños agitados, de vueltas en la cama, de oscuridad, de miedo…mucho miedo.
Pero, miedo, ¿a qué? Miedo a ser.
Ha llegado un momento en mi vida en el que ya no me sirve con parecer. No quiero más aparentar, más fingir, más enmascarar, más tapar. Me he pasado media vida huyendo de mí, dándome la espalda, negándome a mi misma quien soy en realidad. Demasiada energía malgastada, demasiado esfuerzo en vano y sin frutos. Quiero invertir mi vida en mí, en cuidarme, en amarme, en aceptarme como soy. Y sí, son palabras bonitas, de estás que utilizan los manuales de autoayuda o los gurús que dicen haberse iluminado, pero son las palabras que quiero incluir en mi vocabulario cotidiano, porque amarse es una elección. Una elección que a nuestro ego le da miedo porque supondría su muerte, su aniquilación y para combartirlo tiene una lista interminable de “Y sis”. “Y si no te quiere nadie” “Y si lo que eres no es suficiente” “Y si no necesitas a nadie y te quedas sola” “¿Y para que quieres realizarte profesionalmente?” “¿Y para que sueñas con cosas que no vas a conseguir, que no te mereces?”
Nuestro ego es muy inteligente, sabe ingeniárselas rapidamente. Sabe encontrar siempre culpables, normalmente fuera, el trabajo, la pareja, los amigos, tus padres, tu infancia,tu jefe. Da igual, siempre encuentra a alguien, y si no lo encuentra fuera, pues te utiliza a ti como cebo: Qúe mal lo has hecho, cómo has podido permitir esto, cómo no te has dado cuenta antes…lo que sea para no permitirte ser, para no vivir tu vida, la que en realidad deseas. Nadie, no hay nadie que puede impedirte vivir tu vida aquí y ahora, sólo tú y el poder que le das a tu miedo. ¿Y cómo saber si estoy viviendo en el miedo? Si vivo en el pasado o en el futuro. Si mi vida se basa en un constante recordar lo que me pasó, lo que me hicieron, lo que me marcó de mi infancia, aquel trabajo, aquella pareja o por el contrario vivo proyectándome en un futuro incierto lleno de amenazas.
Otra técnica del ego es posponer. Cuando te has dado cuenta de algo, él le da la vuelta, y te dice: ¡Ahhhhh sí, tienes razón! pero ya cambiarás, ya lo harás, no hay prisa, no hace falta que lo hagas ahora, no estás tan mal, puedes aguantar aún más.
Y por último la justificación. Cuando tomamos consciencia de nuestra mecánica de funcionamiento nuestro ego también suele utilizar la justificación: Ya, pero es que no podías hacer otra cosa, es normal, no pasa nada, ya te has dado cuenta, no hace falta que te flageles ni que cambies nada, ¡con darte cuenta ya basta!!
Y así, interminablemente, puede seguir y seguir una vida entera hasta que tomes las riendas y le digas ¡basta!
Y yo me pregunto ¿cómo te sentirías si te rodeases a diario de una compañía así? ¿La elegirías como amiga, como compañera de vida? ¿la querrías en tu vida? ¿Y por qué le damos tanto protagonismo a esa voz interna, por qué la escuchamos tanto, por qué le damos tanto espacio en nuestra vida?

¡Cómo no vamos a tener miedo a la muerte si no hemos vivido la vida que queríamos vivir, nuestra propia vida! una vida plena, una vida lejos del sufrimiento. Pero para acceder al paraíso hay que pasar por un túnel, una prueba; un laberinto lleno de monstruos imaginarios que te acechan por todas partes y comprobar por ti mismo, que desaparecen como las pompas de jabón con sólo tocarlas.
El precio del paraíso es derrotar a tus propios dragones, plantarles cara, decirles: Tengo miedo sí, no voy a negarlo, ni a disfrazarlo, ni a enmascararlo, pero voy a seguir caminando hacia adelante hasta el final. Está vez no me vas a derrotar, esta vez caminarás a mi lado si quieres, no voy a rechazarte, formas parte de mi también, pero seré yo quien dirija el viaje.