Y cómo todo en la vida…llega un momento que llega el fin que no es más que la transformación de algo en otra cosa. Pero dejando los misticismos a un lado y hablando en plata como diría mi abuela, se acaban las vacaciones y toca volver a casa.
Toca dejar los largos días de horas al sol, de correr descalzos por cualquier lugar, de saltar olas, de contar estrellas y de jugar al veo veo desde la ventana de la autocaravana .
A veces me pregunto porque no somos capaces de hacer lo que queremos siempre. Porque vivimos encorsetados en una vida que ya no nos entra de la presión que nos ejerce y porque vivimos cómo el preso que espera su permiso penitenciario, esperando a que llegue el fin de semana, un puente o cualquier atisbo de espacio para hacer lo que realmente sentimos.
¿Qué nos impide vivir libres?
La respuesta es clara: el miedo. Vivimos en la peor cárcel que podamos imaginar. Una cárcel imaginaria, sin barrotes ni cerrojos, una cárcel que construímos en nuestra mente. Esa cárcel transparente, nos aprisiona hasta convertir nuestros sueños en un vago recuerdo escondido en el último reducto de nuestro subconsciente.
Y muchos de vosotros me preguntaréis, pero ¿miedo a qué? y miedo, ¿a que no? os respondería yo, aunque todos y cada uno de esos miedos se podrían encerran en un sólo cajón llamado miedo al cambio.
La mente no quiere cambiar. A nuestra mente le da seguridad tener el control de todo, anticiparse a la más ínfima posibilidad de fluir ante la vida y boicotearla.
¿y por qué habría de hacernos algo así nuestra propia mente? Porque su intención es protegernos de la posibilidad de volver a ser heridos. Y cuando digo esto y me remito a las heridas de nuestra infancia siempre sale alguien que me dice: no, eso no es verdad, yo tuve una infancia feliz.
Creer que nuestra infancia ha sido feliz y que de verdad lo haya sido, son dos cosas diferentes. los niños bloquean las emociones que no puedan gestionar y se almacenan en el cuerpo hasta que un buen día estallan como un volcán en forma de ataque de ansiedad.
¿Y que necesita un niño para ser feliz de verdad? Pues necesita ante todo presencia, consciencia, escucha, mirada, abrazos, juego, cariño, comprensión, y de manera constante y prolongada.
Y está claro que la mayoría de nosotros no lo hemos recibido, al menos no en la medida que lo necesitabamos, si no nuestra sociedad no “andaría como anda”, buscando saciar vacíos y yonkis de las adicciones, trabajo, deporte, ligues, infidelidades, viajes, centros comerciales y podría seguir y seguir sin parar.

Pero todo esto puede cambiar si estás dispuesto a transitar tu viaje de vuelta a casa y trascender tu propia oscuridad.
Y te lo digo por propia experiencia, porque sé de lo que hablo. Porque la maternidad ha supuesto para mi un paso al frente, el valor de plantarle cara al miedo y construir la vida que deseo llevar. Y los veranos se han convertido en un momento de reflexión, de diversión para coger fuerzas y volver a enfrentar los toros que áun me quedan por lidiar.
Porque la vida no es sacrificio ni lo único que da dignidad es trabajar. Porque la vida la construye uno descubriendo quien es en verdad.
Porque tú eres el único responsable de tu libertad o de tu cárcel, no hay nadie más a quien culpar.

Sé valiente, coge un boli hoy mismo y ponte a diseñar tu verdad. Anota tus sueños, tus deseos o los lugares que deseas visitar, no los pospongas y esperes a que lleguen sólos, ponte a trabajar, pero esta vez no para otros, sino para ti mismo. Conviértete en trabajador de tu propia vida, de tu libertad.